Diamanti, la última película del siempre elegante Ferzan Ozpetek, es un auténtico festín para los sentidos. Desde el primer plano, queda claro que la fotografía y la puesta en escena son dos de sus grandes fortalezas: cada encuadre está cuidadosamente compuesto, cada luz parece acariciar a sus personajes, y la atmósfera, entre nostálgica y sensual, envuelve la historia con una calidez muy especial.

Uno de los aspectos que más me ha gustado es cómo Ozpetek homenajea a la mujer en todas sus dimensiones. Las protagonistas de Diamanti brillan con fuerza, no sólo por cómo están interpretadas, sino por cómo están escritas: con matices, contradicciones y una profundidad poco habitual. La mirada del director es empática, respetuosa y llena de admiración hacia el universo femenino, lo cual dota a la película de un tono emotivo y poderoso que cala hondo.

Reconozco que al principio me sorprendió cierto aroma a culebrón, con pasiones intensas y giros melodramáticos. Pensé que ese enfoque me sacaría de la historia, pero sucedió todo lo contrario: me atrapó poco a poco, y cuando quise darme cuenta, estaba completamente dentro del juego. Ozpetek sabe jugar con el exceso sin perder la elegancia, y consigue que ese dramatismo se sienta sincero y necesario, no impostado.

En definitiva, Diamanti es una película que brilla tanto por fuera como por dentro. Es un homenaje a la belleza, al deseo, a los vínculos y a la fuerza de las emociones. Si entras en su código y te dejas llevar, es muy probable que salgas tocado por su magia, como me ocurrió a mí. Una joya más en la filmografía de un director que nunca deja de emocionar.

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