The Bear es una de mis series favoritas y cada temporada sin excepción la he disfrutado, aunque creo que en esta nueva entrega, la serie da un giro importante, y sale de un bucle en el que se había metido, y parecía que podia arrastras la serie a la repetición. Este giro tiene varias cosas destacables, pero creo que la más importante es repartir el peso de la serie entre varios protagonistas, que nos lleven más allá de la obsesión de Carmy.

La serie ha aprendido de su pasado. Ha entendido cuándo acelerar y cuándo parar. Los episodios de esta temporada equilibran la intensidad emocional con momentos de contemplación y madurez. Hay menos gritos, pero más peso. Menos vértigo, pero más vértice. Las decisiones tienen consecuencias, y los fantasmas del pasado no desaparecen: evolucionan.

El guion es, como siempre, una joya. Ágil, preciso, cargado de subtexto, emoción y humanidad. Pero sería injusto hablar de guiones sin mencionar al reparto, porque aquí ocurre algo mágico: cada actor y actriz parece haber nacido para su papel. Jeremy Allen White sigue brillando con esa mezcla de fragilidad y furia contenida, pero son Ebon Moss-Bachrach, Ayo Edebiri y el resto del equipo quienes elevan la serie a lo más alto. Hay una entrega total, una compenetración que traspasa la pantalla.

The Bear no es una serie cómoda. No da respuestas fáciles. Pero en esta cuarta temporada demuestra que, cuando se trabaja con precisión, corazón y respeto por la inteligencia del espectador, la televisión puede seguir sorprendiendo. Y emocionando.

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